
Fábulas. Un comic de Bill Willingham
Desde siempre he sido un aficionado a la novela negra. Me gustan las historias de detectives en ciudades oscuras y decadentes, comúnmente decoradas con la tenue luz de las farolas, la plomiza lluvia, y los coches de policía aparcados entorno a un callejón en el que descansa la víctima del caso que a nosotros, como lectores, nos traerá de cabeza durante las próximas páginas. Otra cosa a la que soy aficionado es a la fantasía. En prácticamente todas sus vertientes. Historias de caballeros y princesas, orcos y elfos, vampiros y hombres lobo… Todas ellas con finales épicos que permanecen en la memoria durante años y años.
Sin embargo… Siempre me he preguntado ¿qué pasaba después del «…y fueron felices y comieron perdices?» Porque, a mis ojos, el resto de sus vidas debía ser un autentico peñazo tras la aventura que acababan de correr. Así pues, no paraba de hacerme preguntas del tipo ¿cómo llevarían el resto de sus vidas tras la última página? ¿Y si vivieran en esta época? ¿Los valores que presentan en sus cuentos se habrían mantenido en la época actual?

Y de la noche a la mañana, encuentro un videojuego. Una aventura gráfica de la mano de Telltale, titulada «A wolf among us«, en la que dirigimos las andanzas de Bigby Wolf, un detective poco común. Principalmente porque es El lobo feroz. Sí, sí… el de los cuentos. El de los tres cerditos, caperucita, y demás. En el videojuego planteaban un what if, entorno a las criaturas más representativas de los cuentos y fábulas que todos (quien más, quien menos) hemos oído o leído alguna vez. Sin entrar en detalles, la historia nos plantea que algún tipo de cataclismo ha destruido sus mundos de origen, y que sin comerlo ni beberlo, a través de un portal abierto a la desesperada, han acabado en nuestro mundo. Concretamente en Manhattan, Nueva York… Capital del universo. Todos y cada uno de los que cruzan al otro lado, se hacen inmediatamente con una posición en este nuevo mundo carente de magia, y Bigby accede al puesto de Sheriff de Villa Fábula. Y es aquí cuando entra en juego la novela negra de la que soy tan aficionado… Los crímenes se suceden entre las criaturas fantásticas, y Bigby, pese a no haber hecho trabajo policial nunca en su vida, deberá enfrentar a las conspiraciones típicas del género, las pistas, las mentiras, etc.

Y cual es mi sorpresa, cuando al acabar el juego, aparece la portada del primer libro de «Fábulas» en pantalla, dándome a entender que la historia que acababa de terminar, procedía de otro producto. Se trataba de un comic que ya tenía una larga (Larguísima, más bien) trayectoria a sus espaldas. De modo que sin dudar un instante, me hice con los dos primeros tomos. Los cuales me dieron una visión mucho más amplia del argumento que tenía entre manos. Al igual que en el juego, los personajes eran «fábulas», las cuales obtienen su longevidad de su fama. Es decir, que mientras mas gente hable de ellos/as, más poderosos e indestructibles se vuelven. Además, las criaturas que no poseen un aspecto capaz de integrarse en la sociedad humana, son enviados a la granja, una zona residencial a las afueras de Nueva Jersey en la que con las pocas protecciones mágicas que les quedan, mantienen alejados a los mundanos curiosos (Que es el título que recibimos los humanos corrientes y molientes).
Las tramas de los personajes, aunque mayoritariamente centrados en Lobo Feroz, y Blanca Nieves, que es la segunda al mando de Villa Fábula, se van haciendo más corales a medida que los capítulos se suceden, con las presentaciones de Barba azul, el cual ahora es el mayor hombre de negocios de la ciudad; El Príncipe encantador, el cual hace las veces de un Don Draper mujeriego a lo Mad Men, habiéndose llegado a casar (y divorciar) más de una docena de veces… Ya que es el mismo príncipe encantador para todas las princesas de los cuentos; Jack de los cuentos, que al contrario que Encantador, o Feroz, es el mismo Jack de múltiples historias, pero en las que casi siempre el protagonista salía, sale (y saldrá) trasquilado; El chico de Azul, que no sé ni a qué cuento pertenece; etc.
Además de estos, el elenco de personajes antagonistas, e incluso de algunos secundarios, siendo un universo en el cual, la longevidad de los personajes no está escrita en piedra, llegan a ser personajes extremadamente odiosos, ligados a la puesta a prueba de esos valores de los cuentos que no han superado el paso de los siglos, y en consecuencia se han forjado personalidades rencorosas, envidiosas, y prácticamente inmortales.

En lo que a las tramas se refiere, son dignas de una buena novela negra. Todos los estereotipos están presentes para, de un modo u otro, hacerte esbozar una sonrisa cuando los ves aparecer. Corruptos, femme fatales, asesinos, mafiosos, periodistas entrometidos… Cada episodio te va llevando de un extremo a otro, mientras que de un modo muy creativo, Bigby va manteniendo Villa Fábula siempre a salvo y en el anonimato.
Quizá ese es el apartado que más lo separa de productos «similares» como pueden ser la serie Érase una vez, o películas como Shrek. El tinte detectivesco que se le imprime a la historia, hace que el público adulto lo valore un poco más, que a sus iguales con un target más juvenil. Además, los diálogos, así como los dibujos varían mucho, ya no solo entre tomos, si no entre capítulos. Signo de que no solo los artistas que trabajan en el proyecto tienen libertad para plasmar su propia visión del guión de Willingham, si no que además, muestran la evolución de los diferentes personajes a lo largo de los episodios.

Como valoración final, decir que creo que actualmente es uno de mis favoritos debido a la mezcla soberbia de géneros que ha sabido acercar al público. Lo cercano de las situaciones que ofrece, así como de su resolución, hace que las tramas sean fáciles de leer, y muy disfrutables en el apartado gráfico. Y animo al lector a que le eche un vistazo, apartando los prejuicios de los personajes, o el purismo de los mismos. La vuelta de tuerca que Willingham les ha dado no solo está bien traída, si no que nos proporciona una continuación muy interesante a ese final tan edulcorado del «felices para siempre».